TENGO
delante de mi un simple vaso de agua. La luz se filtra a través del
cristal e ilumina con mil matices el líquido. Hay pequeñas burbujas,
pero el volumen que ocupa el agua en el recipiente es extrañamente
homogéneo y perfecto. Su carácter traslúcido se me revela como algo
profundamente misterioso.
De pequeño me enseñaron que el agua era una combinación de
moléculas de hidrógeno y de oxígeno, pero eso no me dice nada. El frío
dato científico no me ayuda a esclarecer las cualidades sustantivas del
agua, que en todas las civilizaciones está asociada al nacimiento y al
origen de la vida.Pero nuestra existencia evoca también el curso de un
río que nace en las montañas y acaba muriendo en el mar tras un
accidentado recorrido. Al igual que el paisaje se va transformando
conforme avanza el caudal y se suman los afluentes, la vida humana
recoge el bagaje de la experiencia de los otros y de una orografía a la
que tiene que adaptarse.
A eso refiere el filósofo Zygmunt Bauman cuando habla de que la
sociedad tiene un carácter «líquido». En realidad, Bauman cree que esa
moldeabilidad es una característica de la modernidad, pero el concepto
se puede aplicar también a las civilizaciones no industriales porque esa
liquidez de la existencia es consustancial al ser humano.
No faltará quien se sienta tentado de replicarme: «Usted,
querido amigo, está muy equivocado porque no puede comparar una
sustancia inorgánica como el agua con algo tan complejo como los
sentimientos o la inteligencia humana».
La objeción es difícil de contestar, pero creo que estamos ante
una simple cuestión de escala. Visto desde un remoto rincón del Universo
y por un observador neutral, tal vez sería más complejo de entender el
origen y la importancia del agua para la vida que la propia existencia
del ser humano, que no podría darse sin esa combinación aleatoria del
hidrógeno y el oxígeno.
Las sondas espaciales buscan rastros en Marte y otros
planetas porque ello multiplicaría las posibilidades de hallar formas de
vida orgánica. De hecho, los científicos están convencidos de que
podría haber agua en otras galaxias muy lejanas. Pero no hace falta ir
tan lejos para darse cuenta de que todos esos enigmas están contenidos
en el vaso que yo tengo delante de mi vista y que parece misteriosamente
irreal.